Desde que los turistas han comenzado a agolparse en las calles para capturar el famoso "Monte Fuji Lawson" (una postal que combina naturaleza y conveniencia de una cadena de tiendas), lo que alguna vez fue un lugar tranquilo se ha transformado en un caos. Basura por doquier, tráfico congestionado y -¡uy- invasiones a propiedades privadas, como la Clínica Dental Ibishi, donde algunos visitantes no han dudado en subirse al tejado para conseguir esa perspectiva de Instagram perfecta. 🍂
Ante tal panorama, las autoridades han puesto en marcha una estrategia que parece sacada de una película de ciencia ficción: una pantalla de 20 metros de largo y 2.5 de alto, compuesta por malla negra, se erige ahora como el nuevo guardián entre el monte y los turistas. ¿Y todo esto para qué? Pues para disuadir a aquellos que no parecen entender que, si bien tomar fotos es un arte, no implica que cualquier lugar sea un estudio fotográfico.
Este drástico movimiento ha recibido reacciones mixtas. Hay quienes lo aplauden, valorando la paz que pudiera regresar al pueblo. A la par, Japón se ha embarcado en otros proyectos para regular el aluvión turístico: en el monte Fuji, por ejemplo, se instauró un sistema de reservas que limita la cantidad de visitantes a 4,000 por día. Así que ya saben, si planean su viaje, estén listos para el papelito de la reserva.
El dilema es claro: el turismo es hermoso y vital para una economía, pero las líneas entre la magia del "visitar" y el "destrozar" son más delgadas que un filtro de Instagram. Fujikawaguchiko se enfrenta a un reto crucial; equilibrar la experiencia de los turistas con la calidad de vida de sus habitantes. Y sí, ese es el verdadero objetivo. Entonces, si tu plan es visitar y obtener esa postal de ensueño, considera ser un turista responsable. La selfie puede wait, pero la paz del pueblo no debería.